Apuntes para una política científica
En España se investigará más o menos, mejor o peor, con pocos o muchos medios, pero desde luego no existe una auténtica política científica, entendida como una racional y sistemática determinación de fines y ordenación de medios. De ordinario nunca se ha dado demasiada importancia a esta carencia tradicional, puesto que hasta hace relativamente pocos años la investigación científica y técnica se consideraba una tarea individual, un patrimonio vocacional de personalidades exquisitas, hasta tal punto que la máxima aspiración de los sabios consistía en que el Estado o la Iglesia o la Sociedad les dejasen experimentar sin trabas o, al menos, sin persecuciones. Desde el momento en que los Estados han asumido el protagonismo y la responsabilidad económica y social de la investigación, ya no bastan ni la libertad (como hasta el Siglo XIX) ni el fomento (como en la primera parte del Siglo XX): es preciso igualmente contar con una política científica estatal, que prevea y dirija la evolución de la ciencia del país. Sin ella, la libertad es un derecho retórico y el fomento desordenado, una invitación al despilfarro. Un Estado, en consecuencia, sin política científica es, pura y simplemente, un irresponsable.