Cartelera del cine en México, 1906: Tercera parte
La gran cantidad de películas exhibidas en México en 1906 —que ha obligado a Juan Felipe Leal a elaborar una Tercera parte (julio-diciembre) del cuarto volumen de esta colección— revela a las claras que el romance entre el cine y los públicos nacionales iba ya viento en popa. En la “Presentación” de este libro el autor nos detalla la historia del primer cine danés —tan poco conocido hoy en día—, dada su creciente importancia en el mercado mexicano de películas. Y así nos enteramos de que esa cinematografía —que en los años veinte tuvo en Carl Theodor Dreyer a uno de sus grandes exponentes— recorrió en las décadas previas el habitual y sabroso camino de la aventura: el secuestro y la corrupción sexual de mujeres en Occidente (La última víctima del tráfico de esclavas blancas, 1911), sobre la que Franz Kafka escribió varias frases entusiastas; la sensualidad y el erotismo, con incursiones incluso en el tema de la homosexualidad (Juventud y tolerancia, 1913); el sensacionalismo, con el robo del célebre cuadro de Leonardo Da Vinci (La Mona Lisa desaparecida, 1911) y las primeras versiones del naufragio del S.S. “Titanic” (“Titanic”-De noche y en el hielo, 1912; Un drama en el mar, 1912; y Atlantis, 1913); los mediometrajes, que permitieron profundizar en los personajes e impulsar el star system, simbolizado en la inquietante Asta Nielsen. No sería éste el cine que predominaría en México, pero su sola presencia en nuestras pantallas en los años venideros haría del cinéfilo nacional todo menos un provinciano. De hecho, la difusión de la cinematografía mundial tanto en la Ciudad de México como en las capitales de los estados fue el inicio de una universalización intelectual cuyo impulso estuvo en los orígenes de las vanguardias artísticas post-revolucionarias. En el segundo semestre de 1906, los mexicanos ya tenían por viejo conocido a Georges Méliès, quien no dejaba de maravillarlos con cintas como El diablo gigante (1901), Un viaje a la Luna (1902), El alegre falso profeta ruso (1904), Los invitados de M. Latourte (1904) y La pesadilla del pescador (1905). Pero querría la suerte que también se familiarizaran con su mayor compañero de aventuras, el español Segundo de Chomón, gran mago del trucaje. Aunque a Chomón se le acreditan algunos trabajos rutinarios como Revista del ejército español por los reyes de España (1906) y Matrimonio del rey de España (1906), tuvo éste la oportunidad de mostrar su genio creativo en La caverna de la bruja (1906) y de asistir a Gaston Velle en la intriga El joyero del rajá (1906). Otro maestro ya habitual en las pantallas mexicanas, Ferdinand Zecca —realizador de la célebre Vida y pasión de Jesucristo (Pathé, 1902-1905) y del primer Quo Vadis? (Pathé, 1902)—, mostró nada menos que unas Aventuras de don Quijote (Pathé, 1903), con una duración de media hora. Llama la atención la modestia de las producciones estadounidenses anteriores a 1915. A mucha distancia de las espectaculares y costosas películas de David W. Griffith (El nacimiento de una nación, 1915, Intolerancia, 1916), Edwin S. Porter realizó con un bajo presupuesto la muy digna Cabaña del tío Tom (1903). En México Enrique Rosas y Salvador Toscano comenzaron a rodar los primeros documentales de larga duración (La inundación de Guanajuato, 1905), Las fiestas presidenciales en Mérida (1906) y Viaje a Yucatán (1906). En fin, la historia de amor entre los mexicanos y el cine ya había tomado fuerza, y en los años por venir sobreviviría a todo tipo de desventuras. Gustavo García