1907: Primera parte. El cine y sus empresas
Como resultado de un minucioso trabajo de investigación documental en las revistas y los diarios de la época, en este volumen Juan Felipe Leal y Eduardo Barraza dan cuenta exhaustiva de la producción y la exhibición de cine en la Ciudad de México en el año 1907. En medio de una oferta de diversiones públicas que comprendía el automovilismo, la equitación, la charrería, las peleas de gallos, las corridas de toros, las carreras de caballos y la aviación, la producción cinematográfica de ese año estuvo formada por actualidades, noticias filmadas, reportajes y algunas películas ficcionales. El presente libro ofrece testimonios fehacientes y abundantes de ello, valiéndose de programas de mano, notas de prensa y crónicas urbanas, ilustrados con numerosos fotogramas de las películas que se exhibieron en esa fecha, así como de carteles, dibujos, anuncios y fotografías de época. En 1907 las cuatro compañías productoras de películas más importantes de la Ciudad de México rodaron 52 cintas, que se exhibieron en las más de 50 salas de cine que había en la capital del país. Los aparatos de cinematógrafo y los kinetoscopios de proyección estaban a la venta del público, así como los fonógrafos (con cilindros de cera) y los gramófonos (con discos). En algunas salas de cine se contaba con el novedoso cronomegáfono, cuyo sonido se sincronizaba con las imágenes de movimiento, o bien, con el popular orquestrión mecánico de 300 voces, adornado con maniquíes y luces de colores que amenizaban los intermedios. Esta obra pasa revista a los teatros que exhibían ocasionalmente vistas de cinematógrafo (como el Apolo, el Arbeu, el Hidalgo, el Lelo de Larrea, el Orrin, el Guillermo Prieto, el Principal, y el del Renacimiento), a los locales de cine que mostraban cierta permanencia en el tiempo (como la Academia Metropolitana, el Salón Rojo, y el Teatro Riva Palacio), y a aquellos otros de vida efímera (como el Azul, el de la calle de Don Toribio, el Spectatorium, El Dorado, el Ruviar, y el Molino Blanco). De todos ellos se proporcionan numerosos datos sobre su ubicación, propietarios, aforos, días y horarios de trabajo, programación y precios de entrada. La lectura de este texto despierta una experiencia similar a la que se recrea en sus páginas, donde cada función de 30 “vistas fijas” y “de movimiento” duraba 2 horas. Como dice Jean Paul Sartre en Las palabras (citado en la nota 87 del volumen de marras): “[…] Por fin miraba la pantalla: descubría una tiza fluorescente, unos paisajes parpadeantes […]”. La función está por comenzar.