La desesperación del té
Sumergidos en la densidad del humo, atizado el ánimo por la teína, los compinches vivían las atardecidas en la mejor habitación de la Residencia de Estudiantes, la de Juanito Vicens, un zaragozano devoto de la imagen de Santa Liberata. Sucedía más continuadamente en las segundas mitades de los meses, cuando el bolsillo de la tropa flaqueaba. En la esquina de la bruma brillaba un faro como una voz: contaba historias Federico García Lorca. Apostillaban los demás; Pepín Bello, al revés del mundo, le daba ideas a Federico para que el genio levantara torres de palabras. Pepín luego las recordaba todas y, con su misma entonación, las repetía. Dalí aspiraba el humo; a Buñuel, dentro y fuera de la congregación, le contaban luego lo charlado. Hinojosa, residente virtual, viajaba al embeleso, mecía Federico. Y Moreno Villa. Y Emilio Prados a punto de volver a Málaga. Y Alberti transeúnte. Los demás. Todos juntos. A esas reuniones vividas al aire de dos siglos. La historia de Pepín Bello: las historias de Pepín Bello contadas en 27 veces; Pepín no leyó el final pero leyó el principio. Y lo bendijo.