Víctor Gaviria y el pueblo que falta
El de Gaviria es, quizás, el mejor ejemplo de un tipo de cine que habla de un mundo aún por descubrir, de un pueblo que está por llegar, que se debate en la indiscernibilidad del pasado y el presente, en un mundo que aún no está completamente formado, un trance. Su preocupación por lo marginal no se refiere solo a una condición socioeconómica ligada a sistemas geopolíticos, sino a una dimensión expresiva de un pueblo en la que la realidad se resiste a ser configurada, a ser establecida; en resumen, representada. El carácter de su cine, por tanto, no es representativo, sino presentativo. De ahí que su función sociohistórica sea paradójica, pues da cuenta no solo de lo que pasó, sino de lo que nunca ha dejado de ocurrir. Este es el sentido del pueblo que falta como campo de intensidades que no solo revela lo que no es visto, aquello que no está en el encuadre o dentro del plano, esa dimensión de lo marginal que insiste en ser visible como entrono o rumor colectivo, sino también como aquello que aún no ha sido, que es un por-venir latente y urgente, un futuro anterior que no cesa de decirse. La obra de Gaviria, pues, nos traza una ruta imaginaria de constatación que se refiere al pasado como futuro, que nos refleja como pueblo aún en proceso, no como pueblo en falta, que no es sino pueblo que falta, es decir, como potencia de sí.