Memoria del Segundo Foro Interamericano sobre Espiritualidad Indígena

By Víctor Reyna , Elizabeth Kreimer , Rosa Giove , Bonnie Glass - Coffin, Jaime Torres , Jeremy Narby, Beatriz Caiuby , Edward MacRae , Eduardo Gastelumendi , Carmen Aldana , Jaime Regan , Ana Llamazares, Carlos Martínez, Vilma Díaz , Guadalupe Camino , Luis Chávez , Claudia Mercado , Sacha Domenech , Osear Chacón , Agustín Auladell, Joaquina Albán , Mercedes Giesecke , Anne Bourgey , Eda Zavola , Angela Brocker , Agustín Guzmán , Manuel Fernández , Andes François Louis-Blanc , François Demange , Adda Chuecas

Memoria del Segundo Foro Interamericano sobre Espiritualidad Indígena
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Hace 500 años ocurrió un desencuentro entre los pueblos europeos y los de América.

Hoy en día, lo que pretendemos es crear espacios de verdadero encuentro entre ellos. Y  ello pasa obligatoriamente por la reconciliación, vale decir el reconocer los errores propios,  solicitar el perdón y reparar las faltas. Estamos condenados a entendernos o a degenerar todos juntos. El mundo occidental agoniza por su  carencia de sacralidad, su alejamiento de la naturaleza, su pretensión a la omnipotencia y su  mortífero materialismo.

Se olvidó cosas tan evidentes y sencillas como que tiene la tierra bajo los  pies y el cielo sobre la cabeza. Ha reducido su espacio mental a una aburrida horizontalidad que  trata de compensar mediante proyecciones, ilusiones y delirios. El extremo de esa huida desesperada  se ilustra en el extraordinario invento de la realidad virtual donde pretende recrear lo que no  puede vivir en esta realidad cotidiana y ordinaria desprovista, a sus ojos, de interés. Cuando el  individuo moderno se olvida de los dioses pierde su capacidad de maravillarse del milagro de la  vida: extraviado en laberintos mentales desconectados de su corazón, intentando a toda costa  comprender y explicar racionalmente los fenómenos, se queda en el mundo de las apariencias y  atrofia su capacidad de contemplar el misterio.

Nos morimos, hombres blancos y sus seguidores,  porque ya no sabemos escuchar el susurro del silencio, la voz de la naturaleza, el soplo del  espíritu. Nos morimos de inanición porque ya no sabemos nutrirnos de los alimentos de los dioses,  el maná que caía del cielo y sigue cayendo con toda la generosidad del Eterno. Es otra la degeneración que amenaza a los pueblos indígenas y las culturas ancestrales pero no es  menos peligrosa.

Los guerreros del pasado se han vuelto predadores los unos para los otros y se  auto-agreden a nivel individual o colectivo. Guerras tribales, guerras interétnicas, guerras  brujeriles. El mito (en su sentido positivo etimológico) de justicia y equilibrio se ha reducido a  la reciprocidad de la agresión. Las prácticas curanderiles están infestadas de brujería, hechizos,  daños, luchas de poder, envidia generalizada e intenciones escondidas. En su impotencia frente a la  violencia occidental, el mundo indígena utilizó su conocimiento de las fuerzas de la naturaleza  para transformadas en armas ocultas no sólo defensivas sino también francamente agresoras.

 El  guerrero perdió el rumbo, el combate ya no era un acto ritualizado de restablecimiento del  equilibrio sino una forma de desfogue del odio. Así también se fue perdiendo su alma y su dignidad  a sus propios ojos. Los dioses se volvieron mudos para sus hijos que ya no escuchan a los mayores,  no respetan más a los ancianos y ancestros, rehuyen las enseñanzas tradicionales. Mientras la culpabilidad morbosa invade el mundo occidental, el rencor secreto pudre las almas  indígenas. A la extraversión invasora de los occidentales responde una introversión enfermiza de  los indígenas. Frente al complejo de superioridad de la cultura moderna se manifiesta un complejo  de inferioridad de los pueblos tradicionales con las compensaciones inversas inconscientes que  generan.

Así vivimos todos una dramática esquizofrenia que genera múltiples delirios. Necesitamos  curarnos de nuestras mutuas proyecciones y de la fascinación alienante producto de nuestra  recíproca ignorancia. El joven indígena se deja fascinar por las sirenas del materialismo, del  dinero fácil, de la magia tecnológica y de los espejismos de libertinaje confundido con la  libertad. Mientras tanto el joven occidental idealiza de manera ingenua las   espiritualidades exóticas, el retorno del "buen salvaje" y el mito de un hombre primitivo inocente,  puro y bueno por naturaleza. Y así soñamos despiertos entre la exaltación irreal y miedos  imaginarios hacia el otro, evitando confrontarnos con nosotros mismos, con nuestro pasado y con  nuestra historia, a la vez, a nivel individual como a nivel colectivo. No tenemos otra opción que curarnos mutuamente, conocernos, amaestrarnos los unos a los otros. Es  urgente que perdamos el miedo al otro, al desconocido y recobremos fe en la vida. Nuestra  enfermedad es de orden espiritual y, como dijo el pensador francés André Malraux, el siglo que se  acerca será espiritual o no será. El mundo indígena descubrió la vigencia del espíritu en la  naturaleza y supo defender los valores de la colectividad frente a sus componentes. El mundo  occidental fomentó el surgimiento del espíritu en el ser humano y reconoció los valores del  individuo frente al grupo social.

Las tradiciones non occidentales deben aprender a dar acceso a un  camino personal y de individuación (en el sentido junguiano) a cada miembro de la sociedad. La  cultura occidental debe a su vez reconocer los límites de la libertad individual para proteger los  legítimos e indispensables intereses del grupo y recobrar el respeto a la naturaleza. Vale decir  que se requiere de una mutación de los horizontes psíquicos de ambos abordajes culturales. Ese cambio incluye dos fases, en primer lugar recobrar la sacralidad, las raíces de identificación  con nuestros antepasados procedan de donde procedan, reapropiar nuestra historia y por ende  recuperar dignidad, para luego dar espacio a una ampliación de nuestros enfoques que nos permita  intercambiar, franquear fronteras, acercarse al otro. Tenemos que perdonamos a nosotros mismos para  alcanzar la posibilidad de perdonar a los demás. Ese camino desemboca en la fecundación recíproca  de las culturas, el enriquecimiento mutuo, en un verdadero mestizaje integrador en lugar de la  disociación contemporánea que rige actualmente nuestras vidas, nos fragmenta, nos atomiza.  

Caminamos, lo queramos o no, hacia el mestizaje psicológico, cultural y racial y la  universalización de la sociedad humana: nos compete que ello se vuelva una aburrida y triste  uniformización o una valiosa pluralidad. No borremos nuestras especificidades o particularismos  para fusionarnos artificialmente en seres indiferenciados, más bien aprendamos a ser plenamente  diferenciados para enriquecernos mejor de nuestros diversos dones. Con el miedo sólo vemos en el otro el reflejo de nuestras propias sombras y nos atemorizan nuestros  diablillos, nuestra oscuridad. Cambiemos la mirada para que mis ojos vean en los tuyos luz,  sabiduría, amor y reconozca entonces que ello también yace en el fondo de mi ser porque serás  espejo fiel de lo lindo y positivo que me habita.

Vi un día que la serpiente se anidaba en la cabeza del ser occidental y en el abdomen del indígena  en su doble simbolismo, la serpiente-saber, medicina, curación y la serpiente demonio, veneno,  daño. Serpiente occidental con la fuerza del pensamiento racional, la elaboración de la palabra  discursiva y su otra vertiente perjudicial del laberinto mental, de la frialdad calculadora hasta  la locura. Serpiente indígena de la intuición, de la intensidad en el sentir inmediato, del  contacto directo con la materia y su lado negativo de funcionamiento impulsivo y de pasión violenta  hasta la agresión destructiva.

Cuando las dos serpientes se desenrosquen, se juntarán a nivel del  corazón, punto cero del conocimiento creador, de la verdadera inteligencia. Así, formando el ocho  del infinito, abrirán nuevos horizontes para la raza humana, la energía podrá fluir libremente y  conectar cabeza y pies, cielo y tierra. Ello nos exige el camino de la humildad, de la paciencia, de la tolerancia y del amor para que la  individuación no se vuelva individualismo, para que lo colectivo no se vuelva fuerza opresora de la  libertad. Busquemos el coraje y la audacia suficientes como para adentrarnos en las profundidades  de nuestra alma donde encontraremos inevitablemente las leyes inmutables de la vida, esa ética  ontogénica, fundamental, que lo divino nos dio de viático a todos y cada uno por igual. Ahí todo  está escrito no como un código moralista sino como un poema a la vida o como sagas míticas; todo se  dice no según el discurso de la razón y arengas revolucionarias sino con la voz del silencio y el  cántico del amor: todo se ve no como planchas anatómicas y dibujos técnicos sino con parábolas y   visiones metafóricas. Ahí en este núcleo de nuestro ser retumba la voz que nos llama, la palabra  que se nos dio al venir a la vida y debe fundamentar para cada uno nuestra vocación.

Al conocer el  vocablo-vocación que se nos ofreció como destino recién sabremos cuáles límites se nos impartió y  cuáles espacios se nos propone conquistar para realizamos y así florecer. Creo que recién estamos descubriendo el camino de la verdadera libertad que no va sin límites y  responsabilidades, individuales y colectivos. La entrega (en francés "se livrer" libera) es  condición de liberación. Dejemos de escondemos en discursos vacíos y realidades virtuales para encarnar el espíritu,  espiritualizar la materia como decía el místico y científico Teilhard de Chardin. Deseamos vivir  aquí y ahora, ni en un indigenismo paseísta ni con las promesas huecas del chamanismo cibemético.  La vía del conocimiento y del amor nos compromete con el cuerpo social. Preguntémonos cuál es el servicio concreto al que nos induce nuestro propio proceso de liberación.  ¿Tendrá frutos el árbol? La compasión debe ser pasiva en la meditación, la oración, la  contemplación pero muy activa y pragmática en el servicio, la intervención en el tejido social, la  curación para aliviar el sufrimiento de los demás. El CISEI, Consejo Sobre la Espiritualidad Indígena, ha sido fecundado por un maestro indígena, el  líder lakota Wallace Black Elk. que nos honra con su presencia, y nuestra amiga Marina Villalobos,  quien recogiendo su sabia palabra tuvo el valor de iniciar en 1996 en Morelia, México, el primer  Foro Sobre la Espiritualidad Indígena.

Que encuentren aquí la manifestación de nuestra profunda  gratitud por haber sembrado esa promisoria semilla. Luego de una gestación de dos años, esperamos  aquí, en Tarapoto, que nazca el CISEI, formalizándose y tomando cuerpo. Este encuentro apunta a que aprendamos a escucharnos, hablarnos, perder los miedos, vencer la  desconfianza. Queremos fomentar el encuentro entre estudiosos, entre indígenas y entre ambos  grupos. Cada uno podrá hallar espacios para expresarse a su manera, mediante la palabra o mediante  actos rituales o curativos. Deseamos también abordar los puntos que nos parecen más cruciales en la época actual y que tienen  que ver con la desvirtualización posible del espíritu que nos guía y de la destrucción de los  recursos que El puso a nuestra disposición. Para ello, es preciso definir la ética que nos reúne y  que peligra con fórmulas de mestizaje cultural o espiritual arriesgadas, surgidas en el ambiente  del "new age", y de la explotación con fines personales de la sed espiritual: ¿Qué del  neoshamanismo? ¿Qué de los maestros y sectas que brotan por doquier? ¿Qué del turismo shamánico?  Existe el peligro también de la avidez mental de la sociedad postmoderna que para llegar a su fin  está dispuesta a acabar con los sitios sagrados, los bosques y los representantes de los grupos  nativos; hasta pretende adueñarse de la propiedad intelectual del saber ancestral y depositar  brevetes sobre plantas medicinales, nutritivas, ornamentales, de uso doméstico o industrial.  Peligro también de la rigidez mental que pretende ignorar y prohibir los conocimientos ancestrales,  en especial en materia curativa y en el manejo de plantas maestras o visionarias.

El Centro Takiwasi, organizador de este encuentro, ha intentado modestamente pero con entusiasmo,  ofrecer el espacio para que se haga posible la realización de este II Foro. Hemos asumido esta  responsabilidad recién hace 6 meses y con un escaso presupuesto solventado en un 90% por Takiwasi:  el tema de la espiritualidad parece motivar poco a las financieras que nos ofrecieron generosamente  su apoyo... ¡moral! Por ello les pedimos de antemano su comprensión y que nos disculpen por las  fallas de las cuales puede adolecer el evento. Quiero agradecer a las múltiples personas y escasas instituciones que de una manera u otra nos  ayudaron para la realización de este foro, y que no me atrevo a citar por temor a olvidarme de  alguna. No me es posible nombrar a todos pero no puedo terminar sin citar particularmente a algunas  personas presentes.

Agradezco a la antropóloga Lupe Camino, quien supo animarnos desde el inicio  contra vientos y mareas y más que todo contra esta razón razonable, esta razón excesiva y  paralizante que mata la  divina locura que queremos compartir. Mi más hondo reconocimiento a la socióloga Fanny Mora, quien ha sido la abeja obrera de la preparación de este foro que no habría sido posible  sin su entrega, su entusiasmo y su abnegación cotidiana. Mis sinceros agradecimientos a toda la  gente de Takiwasi que aceptó este reto sin murmullos, a sabiendas de que se tomaba un gran riesgo  económico: es su trabajo que ha proporcionado los escuetos fondos que nos permiten encontrarnos hoy  en día, es su regalo para ustedes. Gracias a mi familia y particularmente a Gonzalo y Rosa por su  paciencia para soportar mis ausencias y proporcionarme su cariño comprensivo. Son maestros indígenas los que guiaron nuestros pasos desde el inicio de esta aventura peruana y  ahora americana y en representación de todos los que estuvieron en el camino, mi reconocimiento al  maestro don Salón T ello Lozano, hombre de gran corazón e infinita paciencia y a don Guillermo  Ojanama, curandero siempre alegre y dispuesto a compartir con sencillez su notable conocimiento del  mundo amazónico. Siendo también la hora del reconocimiento de los errores y siendo yo hombre blanco llegado a  tierras americanas para aprender de los nativos de este continente, de los guardianes del espíritu  ancestral, de ustedes señoras y señores representantes de los pueblos indígenas, permítanme el  atrevimiento de solicitar el perdón por el daño que nuestra cultura y nuestra raza han ocasionado a  su tierra, a sus ancestros y sus familias, a su cultura y a sus dioses. Que venga la hora de la  reconciliación y de la cicatrización de las heridas.

Les pido que este espacio del CISEI sea un  lugar de encuentro y confraternidad, donde podamos aprender a ser todos chaka-runas, los hombres-  puente anunciados por la majestuosa cultura Inca. Puente entre culturas, entre razas, entre  sabidurías. Que asumamos el riesgo de fecundarnos y liberarnos recíprocamente y volvernos hermanos  para el presente y futuro de nuestro planeta. Que se levante nuestra mirada, allá arriba donde las  barreras entre los hombres no alcanzan a los dioses. Para ello, quiero desplegar la bandera del Tahuantinsuyo, del imperio de los cuatro suyos, para que  se vuelva bandera de los cuatro rincones del mundo de donde procedemos, arco iris símbolo de nuevas  alianzas, señal permanente de unión del Cielo y de la Tierra. Les transmito desde Francia el saludo de la Organización de Tradiciones Unidas por encargo expreso  del monje budista Denys Tendroup, quien lidera esta institución internacional. Un cordial saludo a  todos nuestros amigos que quisieron arduamente venir y no pudieron. Gracias a todos los que  hicieron un esfuerzo especial para llegar hasta aquí: que encuentren en esos pocos días en Tarapoto lo que vinieron a buscar... y mucho más.